Mi alimentación fue cambiando a lo largo de mis años. Tuve épocas donde comía de todo y en equilibrio, otras donde me excedía, otras donde me restringía y varios grises más. Dieta/ No dieta era, en resumen, la modalidad alimentaria que yo conocía y me mantuve en ella mucho tiempo hasta que conocí la alimentación intuitiva: al poco tiempo de practicarla supe que me iba a acompañar el resto de mi vida, ¡es perfecta para mi!
Cuando era chica, comía de todo. En mi casa teníamos muy buenos hábitos alimentarios: tuve el lujo de tener una madre que cocinaba nuestros almuerzos y cenas. De lunes a viernes almorzaba en el colegio (me llevaba tupper) y por las noches compartía mis cenas con mi familia. Todos comíamos el mismo menú y eso me parece muy positivo. Muy ocasionalmente pedíamos delivery. Papá nos reforzaba una y otra vez la importancia de desayunar para tener energía y sentirnos bien a lo largo del día. Acostumbraba merendar con mis hermanos a la vuelta del colegio y en ese momento compartíamos tiempo juntos. ¿Qué comíamos? Lo que teníamos ganas: galletitas, tostadas, cereales, panqueques caseros con mi amado dulce de leche (cuando “sobraba” masa de canelones de verdura de la noche anterior). Crecí sin alimentos prohibidos.
A mis 13 años aproximadamente, empecé a manipular mi alimentación. Dejé de respetar mis señales de hambre y de saciedad y también dejé de comer en paz lo que me gustaba porque pensaba que era malo. Hice algunas dietas, las cuales me llevaron a crear una “lista de permitidos y prohibidos” tanto a nivel comida como a nivel horarios y demás. A medida que pasaban las semanas y los meses, aparecieron los excesos y la disconformidad corporal, como era de esperarse.
Esta relación avanzó hasta catalogarse como Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA). Nunca dejé de comer pero si fui muy controladora y selectiva con mi alimentación, a tal punto que me ponía de mal humor que algo salga los planes originales, sea porque cambiaba el menú o porque cambiaba el horario de comer.
Sin entrar mucho en detalle sobre mi TCA (en esta nota), después de años de sentirme disconforme con mi relación con la comida y con mi cuerpo, un día dije basta y empecé a hacer distinto, con mucho esfuerzo y también con bastante miedo…
Estudié licenciatura en nutrición para sanar mi relación con la comida y si bien me recibí en el 2009, hace apenas 3 años atrás reconozco estar completamente en paz con mi manera de comer y eso fue gracias a la alimentación intuitiva.
Te preguntarás ¿por qué cambió tanto mi vida?, ¿de qué trata la alimentación intuitiva?, ¿cómo darte cuenta si tu relación es sana o no con la comida?, ¿cómo dar los primeros pasos para adoptar la alimentación intuitiva? y quizás alguna pregunta más…¿no?
Por lo pronto, respondo al título de esta nota: la alimentación intuitiva me cambió la vida porque me enseñó a confiar en mí. A partir de ella, aprendí a escuchar a mi voz interna, la que me dice qué me conviene hacer y qué no en cada momento de mi vida, esté donde esté y esté con quién esté. Ella es mi mejor consejera, tanto a nivel alimentario como a nivel descanso, actividad física, vida social, etc. y eso para mi no tiene precio!
Porque en un mundo donde nos enseñan a respetar reglas y recomendaciones externas, donde nos inculcan el “debería” y el “no debería”, la alimentación intuitiva fue una de las primeras herramientas que aprendí y que adopté para volver a mí; para escucharme, respetarme y valorarme, dando por resultado una versión mía auténtica y que ¡disfruto mucho!
¿Qué más le puedo pedir?
Dicho esto, si queres aprender a comer de manera intuitiva, ¡contas conmigo!
¿Dudas? ¿Consultas? Te leo en comentarios ;)